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Un golpe de suerte

  • Susie Sucesos
  • 25 sept 2017
  • 4 Min. de lectura

Francisco era un hombre bueno, trabajador, dedicado con su familia y sobretodo, era un hombre justo y bondadoso con todos a su alrededor. Llevaba una vida feliz y tranquila hasta que un día, a los cincuenta seis años perdió su trabajo.

La empresa donde trabajaba como contador atravesaba por un momento difícil y tuvo que reducir su personal. Aquella noticia le cayó muy mal a Francisco al ser el único responsable de una esposa, tres hijas y de una nieta que venía en camino, pues su hija menor había quedado embarazada y el canalla había desaparecido dejándola sola.

Como jefe de familia, no espero para salir a buscar trabajo, siempre con el positivismo que lo caracterizaba, enfocando sus esperanzas en que pronto encontraría otro trabajo. Desafortunadamente, los meses comenzaron a trascurrir y Francisco comenzó a perder esa fe con la que había iniciado su insistente búsqueda.

Su edad y la espinosa situación económica del país, le imposibilitaban conseguir un trabajo. Angustiado, salía todas las mañana a tocar puertas o en busca de alguna oportunidad de ganar algo de dinero. Sus ahorros escaseaban y debía encontrar una solución a sus problemas financieros antes que naciera su nieta o que su familia comenzara a percatarse de su verdadera situación económica.

Una tarde, sentado en un bus, Francisco pudo llorar. No podía contener más sus lágrimas nerviosas al no saber qué sería de él y de su familia. Por su cabeza se atravesaban un sinfín de pensamientos, los que sin querer, lo conducían a provocar más miedo en su corazón.

¿Qué sería de su familia si no encontraba un trabajo pronto?, había estado tan seguro que todo estaría bien, ¿porque Dios lo había abandonado?, dejándolo a su suerte. Lo más cruel de su destino es que éste lo había perjudicado en el peor de los momentos, cuando estaba cansado, viejo y lleno de responsabilidades.

Iba exhorto en sus pensamientos cuando sintió un fuerte movimiento que sacudió su silla. Un hombre vistiendo un abrigo café y de expresión alterada se sentó a su lado de manera brusca, haciendo que Francisco tuviera que voltear a mirarlo.

Al echar un vistazo, Francisco noto que el hombre estaba pálido como baldosa fría y que sudaba perturbado. Sin pensarlo, se acercó al hombre y le pregunto,

  • ¿Está usted bien señor?

  • Si, gracias por preguntar – respondió el hombre con un tono que dejo a Francisco aún más preocupado.

  • Disculpe que lo moleste, pero me es imposible ignorar sus temblores y palidez en su rostro. ¿Quiere que lo acompañe hasta su casa?

  • No se preocupe por mí, ya no hay nada que nadie pueda hacer para salvarme – dijo abriendo su abrigo y revelando una herida de bala en su estómago.

  • Por favor, déjeme llevarlo a un hospital – dijo Francisco atormentado.

  • No señor, me estoy muriendo. Le agradezco mucho su preocupación. Solo le pido un favor, tome la maleta que esta entre mis piernas y bájese del bus. Apenas lo haga tome un taxi y váyase rápido a su casa.

  • Pero señor…

  • ¡Por favor hágalo! ¡Bájese ya! – exclamo el hombre con tanta ansiedad en su rostro que Francisco no tuvo otra opción sino obedecer.

Tomo la maleta entre sus brazos y antes de descender del bus, se voltio a ver al hombre quien más pálido que antes, le sonreía tranquilo desde su silla. Una extraña sensación invadió a Francisco, por alguna razón aquello no le parecía peligroso ni descabellado y por eso, siguió las instrucciones del hombre sin titubear.

Con los pocos pesos que tenía en su bolsillo logro pagar el taxi y llegar a la seguridad de su casa donde rápidamente se encerró en el baño para calmarse. – ¿Estuvo bien tu día amor?- le pregunto su esposa al notar que su esposo había seguido de largo sin saludarla. – Si amor, dame un minuto ya salgo- le grito mientras se miraba en el espejo, intentando entender lo que había ocurrido.

Miro la maleta, se veía como una maleta de mano común y corriente. Se sentó en la taza del baño y puso la maleta en sus piernas. Al abrirla fue inevitable no dejarla caer por la impresión. Miles de billetes de 100 dólares se esparramaron por todo el suelo. En total, había seiscientos mil dólares.

Era el año 1986, aquello era mucho dinero, pero, ¿de dónde había venido? Se preguntaba. Lo más seguro es que era dinero del narcotráfico y por eso habían herido a su portador. Tal vez era dinero robado, lo que fuera, aquel dinero había llegado a sus manos cuando más lo necesitaba y no dudaría en usarlo.

A veces, la vida nos pone en el lugar correcto y en el momento considerado para que podamos superar nuestros obstáculos o simplemente, para demostrarnos que no estamos solos, que siempre hay alguien que nos cuida y que de una forma u otra, buscara la forma de poner la solución a los problemas en nuestras manos.

Lo importante es nunca perder la fe de que al final, todo estará bien.


 
 
 

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