Ausencias penetrantes
- Susie Sucesos
- 26 jun 2018
- 2 Min. de lectura

Hoy desperté con la necesidad de desahogarme y con mis palabras, poder conmemorar a esas personas que ya no están.
Cuando perdemos a alguien amado, intentamos sobrellevar los días sin ellos, envolviendonos con las obligaciones diarias y aliviando la pena con el amor de la gente que nos rodea.
Pero, ¿realmente estamos bien?, ¿realmente hemos superado el duelo de la muerte de un ser querido? Algunas veces me encuentro a mí misma añorando el pasado, esos momentos alegres que viví con mis papás y me es inevitable no sentir nostalgia, aquel sentimiento que detesto por ser tan sublime y a la vez tan lastimero.
Estos momentos los vivo en la soledad de mis pensamientos, en especial en esos instantes de incertidumbre, cuando me siento perdida y daría lo que fuera porque ellos estuvieran aquí para darme un consejo o simplemente para abrazarme.
Y me repongo, recordándome que es deber de cada uno vivir su duelo y superarlo, pues eso es la vida, un duelo eterno de penas y pérdidas sustanciales que solo ocurren para que aprendamos a ser más fuertes, más sabios y que entendamos que de eso se trata el existir, de vivir el momento.
Aun así, me doy cuenta que hay pérdidas que lastimaran toda la vida y que aun cuando el dolor es llevadero, la ausencia de aquellos que perdimos se hace más sonora cuando nos damos cuenta lo significativos que eran en nuestros días.
Los abrazos de mi mamá y sus palabras siempre tan llenas de propósito. Los chistes de mi papa y sus halagos que me hacían sentir como la niña más hermosa del mundo. Acciones que añoro aun siendo una adulta.
Pero, uno muere en realidad cuando deja de ser recordado, y mis padres están más vivos que nunca pues no me canso de pensarlos ni de hablar de ellos, intentando preservarlos en mi realidad y que sigan siendo parte de mi vida.
Lo bueno de extrañar a alguien es que te das cuenta de lo importante que fue en tu vida y agradeces el tiempo que estuvo contigo, reconociendo también todo lo que te enseñaron y todo el amor que te brindaron.
Entonces me recuerdo no estar triste, sino sonreír por que fueron míos y de alguna forma siguen conmigo. La existencia es una eterna evolución que al morir se evidencia y se saborea. Ellos ya tienen la respuesta a todas mis preguntas y algún día yo también las tendré.
Por ahora, seguiré caminando y aprendiendo. Seguiré cosechando amor y alegrías para hacer de mi vida lo que ellos querían, un mar de aventuras y emociones, siempre actuando bien, siempre ayudando a los demás, siempre con la esperanza en todos mis actos.
No importa la pena, algún día nos iremos, por lo que debemos apreciar que respiramos, que estamos vivos, aprendiendo a disfrutar de lo amargo para luego deleitarnos con lo dulce.
Debemos vivir nuestra vida plenamente, por nosotros y por aquellos que se fueron, pues si nos amaron eso es lo que hubieran querido que hiciéramos, vivir nuestra vida al máximo, con lo malo y con lo bueno.
¡Feliz día!
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